Como otras veces, este verano nos escapamos una semanita para navegar, esta vez al norte de Cerdeña. Alquilamos, para ello, un velero de 37 pies. La sintonía oficial de la travesía (que pueden escuchar pinchando aquí
http://es.youtube.com/watch?v=jnTYrpb6Z-U&feature=related) nos acompañó en una navegación tranquila, con paradas frecuentes para darnos un baño, comer algo al abrigo de algún cabo, y salvo el día que cruzamos el estrecho de Bonifacio, llegando a nuestro destino con tiempo para dar una vuelta, sacar unas fotos, ir a la playa, jugar una/s pocha/s y tomarse unos limonchelos. Todo ello aderezado con la dosis habitual de buen humor.
El último día del viaje, viernes 12 teníamos que llegar con el barco al puerto del que salimos, a eso de las 6 de la tarde. Ese último día salió gris y con muy poquito viento, tan poco, que optamos por hacer la travesía a motor (y jugando al mus, donde el que nunca pierde perdió). A unas 7 millas (10km) del puerto de destino, fondeamos en una cala al abrigo de cabo Caccio, para comer.
Es un paraje bonito, con unos acantilados que se sumergen en el mar y muy resguardado. El día se fue oscureciendo, amenazand

o lluvia, así que decidimos ponernos en marcha. En el tiempo que levantamos el ancla (2-3 minutos ), el viento ya sobrepasaba los 30 nudos. Fue la última vez que consulté la velocidad del viento en el instrumental del barco. Al día siguiente, en el organismo italiano equivalente a nuestro salvamento marítimo, nos dijeron que en pocos minutos se había desplomado la presión atmosférica, y el viento había arreciado hasta alcanzar puntas de 80 nudos (unos 150 km/h) en la estación de medición de cabo Caccio; “donde estabais vosotros, más”, según un oficial de salvamento.
Esos detalles no los sabíamos en ese momento. El mar se había vuelto blanco y la visibilidad era nula. Hicimos lo que se podía hacer: prevenir caídas al agua, intentar poner proa al viento y dar motor a tope para evitar que nos llevara a las rocas, pero la fuerza fuerza del viento y del mar, podía con él. La génova rompió su amarre, soltándose. Pese a estar sueltas las escotas, la fuerza del viento y algún enganchón con los obenques y el dingui hizo que en dos ocasiones una esquina de la vela cogiera tensión, escorando fuertemente el barco, y haciéndolo aún más ingobernable. El viento rolaba constantemente, azotándonos de un lado y de otro. Un rato después supimos que había volcado caravanas, destrozado tejados y tirado árboles.
Pero en esos momentos, sin entender muy bien qué estaba pasando, solo estaba claro que si el viento nos arrastraba a los acantilados, el barco quedaría bastante dañado, quizá nosotros también. Hubo suerte, dentro de todo, y conseguimos ganar unos metros hacia el interior de la bahía, y mientras nos poníamos los chalecos salvavidas, sobrepasábamos las boyas de una pequeña playa. Primero noté cómo la quilla daba contra el fondo, cómo el barco escoraba a babor y el viento nos seguía arrastrando hacia la costa, hasta que el casco toco el fondo, de arena y alguna roca. En medio del vendaval el barco estaba razonablemente estable. Parado el motor, uno a uno, fuimos saltando y alcanzando la costa.

Media hora después el temporal había remitido. No creo que en total durara más de 40 minutos. Quedó una tarde como para ir a la playa. Los turistas del hotel que estaba enfrente empezaron a sacar fotos del barco, una de ellas es la que publicó la prensa al día siguiente, afirmando que había pasado un ciclón por allí. Hubo más incidentes esa tarde. Más barcos encallados, y más situaciones críticas. Recuerdo con angustia que nos dijeron que había habido una llamada de socorro de un barco con niños a bordo, y que la Guardia Costera no encontraba el barco (**). En este video, localizado por el moreno de Valdemorillo puede verse los daños en porto conte, situado en la misma bahía (
http://es.youtube.com/watch?v=C1QiA2MMb_Y).
Cinco horas después, dos buceadores, dos barcas y con la tripulación tirando de cabos desde tierra, el barco desencalló, alcanzó aguas con suficiente fondo, y sin daños importantes, navegó por sus propios medios hasta el puerto.
Los ocho que íbamos a bordo salimos prácticamente ilesos (salvo un dedo roto y cientos de púas de erizos repartidas entre los pies y las manos de otros cuatro). Salimos de esta, sí, pero hay que sacar alguna conclusión:
- La suerte jugó su papel. La mala suerte estuvo presente, porque el fenómeno meteorológico que nos atizó es infrecuente (no se recuerda algo así en decenas de años en esa zona), no fue anticipado por las autoridades (si bien llevábamos varias horas con la radio apagada) y se desencadenó en cuestión de minutos (más de tres minutos pero menos de cuatro, diría yo). Y la buena suerte también, porque pudimos evitar hacernos lesiones graves y daños al barco y pudimos reírnos de ello y seguir siendo tan amigos.
- Hicimos bien algunas cosas. Todo el mundo mantuvo la calma ante una situación que en algunos momentos fue tensa, y eso fue clave.
- Si nos volvemos a embarcar, todo el mundo conocerá aspectos básicos de la seguridad en el barco, aunque sea pesado, aunque sea casi siempre innecesario (a la voz “ponerse los salvavidas” supimos todos que estaban debajo del colchón de camarote de proa, ¿qué hubiera pasado si no lo hubiéramos localizado con anterioridad?), de forma que en caso de emergencia alguien además de yo sepa lanzar un mayday, sacar el bote salvavidas, o dónde están las cizallas. Hay que conocer y exigir todas las medidas de seguridad, en este caso, y aunque difícilmente las hubiéramos utilizado, no contábamos con líneas de vida.
- Y las que me aportéis, pinchando en comentarios, después en anónimo.
(*) Palabro cortesía de cierto Secretario de Embajada.
(**) Finalmente parece ser que apareció desarbolado pero con la tripulación ilesa.
P.d, 8/11/08: Ayer, la tripulación me dio un recuerdo del incidente. Ya cuelga en mi despacho.